Ardalén galegoLlevo varios días meditando acerca de Ardalén y justo antes de empezar a escribir estas líneas me he quedado mirando a la, tan temida, «página en blanco» durante varios minutos intentando escribir algo que tuviese un mínimo de sentido, sin éxito. La pantalla de mi ordenador ha seguido vacía, pero mi mente no han parado de recordarme, ni por un segundo, como si de un sueño se tratase, cada una de sus ilustraciones y diálogos. Y es que, hay algo en esta obra que es a la vez extremadamente extraño y cotidiano, hipnótico y vulgar, confuso y ordenado, quebrado y entero… Inusual, que no permite que salgan las palabras de manera natural. Como si estas fluyesen, desdibujadas y carentes de significado, a través del Ardalén.

Supongo que nuestro lado izquierdo del cerebro, -ordenado, lógico, y encargado de hacer reseñas-, no es de mucha utilidad en el momento en el que, como en el caso de esta obra, imperan los sentimientos sobre la razón. Y es que, una vez inmerso en una lectura crítica, te das cuenta de que cuando el análisis comienza a dar paso a las impresiones y la ensoñación se hace eco en la veracidad, tu cabeza, como la del personaje central del cómic, Fidel, empieza a resquebrajarse en fragmentos de pseudorealidad. Y de esta manera todo, desordenadamente, acaba sin siquiera haber empezado y no podemos parar de leer. Hemos caído en la red.

Miguelanxo uniendo fondo y forma crea esta trampa narrativa, un juego hábilmente trazado en el que la sucesión de acontecimientos se presenta como la memoria del protagonista. Una memoria, rota, entrecruzada, quebrada y aparentemente sin sentido, que se convierte en el presente, sin significado, de dos personas que buscan en el pasado la manera de forjar su futuro. Con esta búsqueda y en complicidad con un lector omnisciente, el autor crea un relato abierto en el que el final de la historia vendrá determinado precisamente por nuestra memoria visual, nuestra comprensión lectora y nuestros gustos personales.

Pero el verdadero valor de este tebeo no se encuentra en su estructura sino en su fondo. Un fondo que tiene como escaparate unas ilustraciones que mecen a los personajes, encuentren donde se encuentren, bajo las aguas del Oceáno Atlántico. Creando de esta manera una especie de limbo visual que hace que no sepamos donde acaba la realidad y empieza la ficción, donde comienza una historia y termina la otra y/o a quién pertenece cada una de ellas. Un retrato, confuso y perenne, como el que nuestra mente guarda de todos aquellos que forman o han formado parte alguna vez de nuestras vidas.

Una llamada a la auténtica inmortalidad, aquella en la que sólo somos lo que los demás recuerdan de nosotros.