Los recuerdos más vívidos y los que más me ilusiona, aunque a veces duela, rememorar son aquellos que, entre mi infancia y adolescencia, he compartido con la familia que he decidido tener: mis amigxs. Recuerdos que, teniendo como común denominador la inexperiencia, las ganas de probarse a unx mismx y las ansias de comerse el mundo; han forjado dos de las características de mi mismo de las que me siento más orgulloso: la capacidad de reírme de todo(s) en los peores momentos y la ilusión.

Dos características que me obligan a buscar a la persona que siempre he querido ser y que me invitan a relativizar a todos esos yos, prepotentes e idiotas, que he dejado olvidados a mitad de camino. Unos yos que aunque a veces vuelven, a través de una memoria selectiva y caprichosa que se mueve más por el azar que por la razón…, acaban demostrándome que, en realidad, no somos más que lo que queremos recordar.

Somos lo que queremos recordar, porque si «de repente olvidásemos todo lo que recordamos y recordásemos todo lo que hemos olvidado» seríamos otra persona. Y, si queremos completar el espectro, deberíamos ser también lo que los demás recuerdan de nosotrxs. Aunque estos recuerdos estén sesgados, desordenados, no se correspondan unos con otros y/o pertenezcan a realidades completamente diferentes.

Este ejercicio narrativo sobre los recuerdos y la memoria, hace de Ardalén una obra intangible, frágil y onírica. Una obra compleja en donde fondo y forma se entremezclan para mostrarnos un juego literario que provocará el desenlace de la historia. Un desenlace abierto, que utiliza al propio lector; con su comprensión lectora, su memoria visual y, sobre todo, sus gustos personales, como agente activo de la narración. Un juego condicionado por la búsqueda errática de la propia identidad de los protagonistas. Una búsqueda que, como la memoria de Fidel (un náufrago que jamás abandonó tierra firme), se encuentra rota, entrecruzada, quebrada y aparentemente sin sentido.

A toda esta estructura hay que sumarle un fondo evocador, sutil y mágico cuyas ilustraciones bañan a los personajes, encuentren donde se encuentren, bajo las aguas del Oceáno Atlántico. Creando, de esta manera, una fina línea entra realidad y ficción, entre una historia y otra, entre un personaje y otro… para promover el retrato, confuso y perenne que guardamos, de todxs aquellxs que han formado parte de nuestras vidas.