
Siempre es difícil encontrar las primeras palabras con las que comentar una obra; más si cabe si es la primera reseña del curso y es un cómic que te gusta tanto y que has leído tantas veces como «Misterios de un asesinato». Podría comenzar con un: Neil Gaiman nunca defrauda, pero sería demasiado simplista para calificar a la persona que ha escrito gran parte de las mejores historias fantásticas de los s. XX y XXI. Tampoco quiero desentrañar los secretos ni las dobles lecturas que guarda en su interior, ya que gran parte de los spoilers sería mejor tratarlos en el análisis post-club. Por eso, entenderéis que empiece esta reseña con: «Menudo tebeazo».
Un tebeazo cuya calidad narrativa y complejidad estructural hacen que, tengas que leerlo una y otra vez. Que sientas la necesidad de compartirlo con varias personas para conocer su opinión; para saber si tu interpretación de la historia es la correcta o, como crees, no has llegado a comprenderla en toda su totalidad. Y con esto, no estamos diciendo que no se entienda el devenir de los acontecimientos sino que la trama principal y las subtramas se mezclan de tal manera que cuesta distinguir la importancia que acaba jugando cada una en el desenlace final.
Pero el valor de este cómic no solo consta del ejercicio que Gaiman/Russell nos proponen. Convertirnos en agentes activos de la narración tiene un precio: La incomodidad; y el (des)conocimiento de la angeología cristiana tiene otro: las preguntas. Si juntamos ambas, nos enfrentamos, por una parte, a dudas de carácter religioso que desvirtúan por completo el concepto cristiano de la divinidad: ¿Cuál la verdadera misión de Dios?, ¿Es realmente misericordioso y equitativo?, ¿Es justo el rol que se ve obligado a adoptar Lucifer?, ¿Se puede hacer cualquier cosa en favor del «Bien mayor»?… y por otra, a la verdadera pregunta que se hace el lector al terminar el libro y que deja en un segundo plano a todas las demás: ¿Hay algún motivo que pueda llegar a justificar un asesinato?.
Por desgracia, no tenemos respuesta a ninguna de ellas, pero si que sabemos cual ha sido la trampa que los autores han creado para llevarnos a ellas: La presencia del narrador «secundario». Un personaje que, desde el anonimato y en primera persona, nos cuenta una historia que creemos que es suya pero de la que no sabemos el papel que ha desempeñado. Una historia que, sin complejos, remueve todas tus convenciones sociales al recordarte, a través de tonos pastel, que vivimos cada día en la más completa oscuridad.